"Es la música que hay en nuestra conciencia, el baile que hay en nuestro espíritu,
lo que no quiere armonizar con ninguna letanía puritana, con ningún sermón moral..."
(Nietzsche: Más allá del bien y del mal, 216)


La conquista de la percepción





Ningún dios, ni ningún santo interpuesto, está apuntando en ningún libro celestial tus errores y tus virtudes. El debe y el haber de tu vida sólo lo estableces tú. Nadie más sabrá realmente lo que supuso que tú hayas existido. Tus remordimientos nocturnos son tu único juicio universal. No vendrá ningún Mesías a recompensarte o a castigarte colocando tu cadáver aquí o allá.

Si eres tu único juez, eres tu único dueño. Si eres tu único dueño ¿qué cosa que emane de ti podría serte imposible?

"Cosas que emanan de ti": Tus pensamientos, tus acciones, tus sueños... tu percepción. Ciertamente tu percepción es tuya, no de las cosas. Las cosas son apenas enigmáticas sugerencias, lejanas y sutiles fuentes de inspiración, pretextos para que se activen las grandes dotes personales de creación de mundos que llamamos percepción.

Dominar y cambiar la percepción como se dominan y se cambian los pensamientos, los proyectos, las ideas. Sopesar, elegir, desechar, probar, disfrutar también lo que percibes, cómo lo percibes. Si fueras completamente dueño de ti también cuando percibes, ninguna voluntad ajena, incluida la de un dios, lograría siquiera rozarte.

Ser consciente de que se tiene una percepción propia, como se tienen unas ideas propias, unos gustos propios. Vivir conforme a la certeza de que todo en ti es único, irrepetible, que todo lleva la silueta inconfundible de tu personalidad, incluso el aspecto de las cosas que te rodean. Conquistar la percepción de esas cosas como una parte de ti mismo que has negado hasta este momento, con la falacia de que te era ajena. Porque lo que llamas mundo, las formas y actitudes que le atribuyes, es la genial y terrible creación de tu capacidad de percibir. Así que conquistar la percepción viene a ser como conquistar el mundo.

Para conquistar la percepción cada uno debe descubrir y recorrer su propio camino (¿cómo podría ser de otro modo?). Sólo el primer paso parece común: hay que comenzar reconociéndola y aceptándola como un talento propio. La experiencia demuestra que lo que vemos, con lo que nos topamos, lo elegimos siempre nosotros: Es bien sabido que el mundo, "los demás", cambian según nuestro estado de ánimo. Te hastía convivir con la gente y ese día recibes de todos lados mensajes inhóspitos, sales radiante de casa y la realidad revolotea alegre a tu alrededor... El "cristal con que se mira" lo pones siempre tú, y el mundo corre a vestirse del color elegido.

Aviso para náufragos: Saberse dueño de la propia percepción, y por lo tanto comenzar a someterla a la Voluntad, supone arriesgarse a darse de bruces con el fantasma de la soledad, el principal perro guardián del rebaño. Tener todo un mundo propio, como el último hombre —o mujer— sobre la tierra: sin ídolos, sin verdades eternas en las que pararse un momento a descansar, sin "almas gemelas", sin certezas de los otros, tomando todas las decisiones, valorando todas las cosas desde cero... ¿Quién se atreve?

Muchos espantajos se han agitado en el aire frente al que tiene la soberbia de reconocerse y aceptarse entero en lo que piensa y en cómo lo piensa, en lo que percibe y en cómo lo percibe. En la modernidad la principal amenaza es el miedo a la "locura", ese pavoroso anatema con que la Ciencia reemplazó las acusaciones de diabolismo de la vieja Iglesia. Ya lo escribió Jung en su Teoría del Psicoanálisis: "Antes se llamaba diablo a lo que hoy se llama neurosis"... Sólo a un dios le es dado crear mundos, dicen todos los que llevan sotana negra o bata blanca, desalentando generación tras generación a los hijos de Lucifer.

El "mundo compartido" del rebaño parece más seguro sólo porque se ve más concurrido, como pasaba con el Titanic. No da la impresión de existir la soledad en él. Pero si miras de cerca a los que lo habitan, como ya habrás hecho, observarás que están completamente desconcertados, aterrorizados. El mundo compartido del rebaño es inexplicable, vacío, decepcionante, cruel: un auténtico "valle de lágrimas". Todo es lucha y desazón, y la muerte el único descanso. Los que se encaramaron a él por molicie o cobardía sólo han logrado aprender bien a blasfemar de la vida. Porque si vives en un mundo que no te pertenece, tu vida no te pertenece. Y si tu vida no te pertenece, es una experiencia odiosa.



Miguel AlgOl

 
 

2 comentarios:

muerte dijo...

esa es la magia del conocimiento las palabras que brotan de tu mente libre de estupidas y deviles creencias

Unknown dijo...

Una auténtica preciosidad de ensayo Miguel.Me ha encantado.